viernes, 24 de agosto de 2012

Dulce e intenso mar


Y volver a ver el mar. El inmenso mar. Azul, brillante, hermoso….una maravilla para la vista. Tan grande, que a veces pienso que se escapa de la vista humana y que puede imponerte. Me encuentro frente a él, y soy valiente y decido meterme. Me adentro y siento el agua fría que moja mis pies. Me voy metiendo poco a poco, tímida, y a medida que mi cuerpo se adapta a la fría temperatura, me voy sumergiendo. Y cuando no me doy cuenta, el mar se ha adueñado de mí y yo, como buena rehén, me dejo hacer. Hay buenas olas, y yo jugueteo con ellas. Y por un momento me olvido de todo. Y lo único que me importa es disfrutar de ese baño. Un baño placentero en el que me dejo llevar por el suave compás de las olas. Y me siento cual pececillo en el mar: libre. Libre en todos los sentidos, porque soy capaz de dejar escapar volar todos mis pensamientos,  preocupaciones y obligaciones. Por fin escapo de esa cárcel llamada rutina. Una rutina que es contagiosa y que no te deja disfrutar de la “vida”. Porque la vida no es solo sufrimiento, como dice la gente. Vida solo hay una y tenemos que disfrutarla en todo momento. Hacer siempre lo que a uno le apetezca y arriesgarse, porque si no lo haces te estarás arrepintiéndo en tus días futuros. Y dejas de pensar, y te das cuenta que sigues dentro del mar. ¿Y ahora qué? Pues salgo, y me tumbo en la toalla y dejo que los rayos de sol sequen una a una todas las gotitas que invaden mi cuerpo y ¿después? Dejarme llevar, y que la vida me vaya dando nuevas sorpresas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario