Muchas veces nos preguntamos qué es el amor verdadero.
Muchos afirman que es una combinación de deseo, ternura y amistad. Otros, que
es una fuerza enorme que hace superar
cualquier obstáculo… cada una de estas afirmaciones pueden ser correctas. Ella
pensaba lo mismo, hasta que le rompieron el corazón. Ese corazoncito puro y
sincero que habitaba en su interior. Que ya había sido roto en otra ocasión y
que con, tesón y esfuerzo, logro recomponer. Una tarea dura, pero que al final
consiguió. Le costó horas de sueño, remordimientos, culpas y algún que otro
llanto. Después de una ruptura, lo que menos te puede apetecer es volver a las
andadas, pero luego todos pasamos por una fase en la que anhelamos el amor.
Ella, ni siquiera se lo replanteaba, simplemente pasaba. Los chicos eran,
simplemente, un pasatiempo más para ella. Una diversión, que la hacía sentirse
deseada. Aunque ella, lo que no sabía es que, en el fondo, deseaba ser amada. De
repente, un atractivo actor llegó a su vida. La embaucó desde el principio,
pero no fue hasta dos años después cuando sucedió lo que tenía que suceder… una
mirada, una sonrisa, una conversación,
un abrazo, una indirecta, una cita, un beso, dos almas que se juntan en una
sola. Pero había algo que fallaba… ¿ella? No, ella era demasiado mujer: una
combinación de locura, comprensión,
diversión, fidelidad…un coctel explosivo. Y tan explosivo…que de querer
jugar con ello, le ha explotado en su propia cara. Porque el pobre iluso no
sabía que si juegas con fuego, al final te quemas. Mi amiga pasó días duros, y
aunque ella tratara de disimular, estaba mal. Yo la conozco. Pedía todos los días por ese chico, porque
estuviera bien, porque al final fuera el chico que deseaba que fuera. Pero
cuando el destino se interpone entre dos personas, no hay nada que hacer. Y eso
es lo que pasó. Cuando dos personas no pueden estar juntas en el pasado, no
creo que lo puedan estar en el futuro. Por eso, ella estaba desilusionada, otra
vez la había pasado lo mismo: había pecado de inocente. Inocente por enamorarse
de él: de sus cabellos rubios, de esos ojos azules donde se había zambullido,
de las sonrisas que le dedicaba, de sus falsos “te quiero”, de su manera de
tomarla… porque ella no buscaba al amor, el amor iba hacia ella…qué ironía,
¿verdad? Lo que yo no sabía, es que ella, antes de todo esto, ya tenía un amor
verdadero. ¿Cómo puede ser –os preguntaréis- si la han roto el corazón? Pues no,
porque el amor verdadero no se tiene por qué experimentar hacia una persona,
sino que se puede procesar hacia algo. En su caso, era hacia el teatro. Ese
arte donde un grupo de personas son capaces de representar historias usando
nuestra arma más poderosa: la palabra. Todo ello acompañado de gestos,
movimientos, música y sonidos. Un gran mundo este, y que pocas personas conocen.
Ella veneraba todas las grandes obras literarias, a todos sus escritores. Leía
obras literarias, las interpretaba, las veía… no era un simple hobbie el
actuar, para ella era algo más. En los ensayos daba lo mejor de sí misma,
practicaba muchas horas en su casa el papel y podía repetir la misma escena,
una y otra vez, sin descanso. Antes de
actuar, sentía los típicos nervios pre-actuación, pero eran normales, todos los
teníamos, pero había algo que yo veía en poca gente: una mirada iluminada,
llena de ilusión y esperanza. Y es que su gran sueño era ser actriz y ganar un
óscar jaja, aunque ahora ya se ha bajado un poco de las nubes, y compatibiliza
el teatro con su amor por los más pequeños. Y es que, cuando se sube a un
escenario, se transforma. Es capaz de olvidar todos sus miedos y sus
inquietudes. Se muestra serena y segura de sí misma, como en ningún otro sitio.
He de admitir que, cada vez que la veo actuar, se me pone la carne de gallina y
me siento muy orgullosa de ella, porque me encanta verla feliz y además,
recuerdo todos los momentos que hemos vivido juntas cuando éramos pequeñas y,
al verla subida en el escenario, la veo una mujer ya. Una mujer feliz y
enamorada del teatro.
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