Todos tenemos una habilidad especial, algo innato en cada
uno que nos define. Ella era la seguridad.
A primera vista podría parecer una chica normal y corriente, pero al
fijarse bien, desprendía un halo de firmeza, solidez y de garantía, como si
fuera inmune a todo los males que acechan. Cuando tomaba una decisión, actuaba sin pensar
en las consecuencias, con rotundidad, porque no se andaba con tonterías.
Parecía que tenía siempre la idea
perfecta, el mejor consejo o, simplemente, algo que hacer. Las adversidades no
eran un problema para ella, sino una nueva oportunidad, como dicen: “cuando una
puerta se cierra, una ventana se abre” pues ésa era su filosofía de vida. Todos los malos momentos, escondían algún
cambio que se necesitaba dar, porque la vida es una continua corriente de
metamorfosis, para bien o para mal, pero de eso se trataba.
La verdad es que ella misma, a veces, dudaba de esta
característica que la definía. No sabía si era un defecto o una virtud. De
primeras podría ser una virtud, pero dado lo que sucedía en sus relaciones parecía
todo lo contrario. Porque, a la vez, que esa seguridad fascinaba, también
asustaba a algunos, más bien a sus parejas. Esa seguridad inquietaba a los
hombres que habían estado en su vida, les hacía sentirse inseguros,
infravalorados… ella no entendía el por qué. Sólo pretendía hacerles feliz,
nada más. Pero en cambio, conseguía todo lo contrario: los transformaba a peor.
Se convertían en monstruos celosos, posesivos, incoherentes acechados por el
miedo a perderla. Ya tuvo una mala experiencia y no deseaba que se repitiese,
pero volvió a suceder. Pero en este
caso, la situación era distinta. Y es que ella, estaba enamorada de verdad y
haría lo que fuese porque el cambiase esos malos hábitos y conductas, y le
ayudaría convertirse en ese gran hombre que ella pensaba que es.
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