martes, 2 de octubre de 2012

Un jardín sin retorno


Jardín vivo, colorido, alegre. Lleno de flores preciosas, de todos los olores, colores y texturas. Todas ellas forman ese jardín tan bonito y vivaz, precioso como el que más, en el que se respiraba un aire de armonía y serenidad, imposible de hallar en la caótica ciudad. Cada una de ellas representan algo de la vida: las amapolas, la tranquilidad;  el jazmín, la dulzura del amor;  la orquídea, la perfección;  el geranio, el amor puro y sincero; el narciso, la esperanza y la paciencia. Pero entre todas ellas, destacaba el círculo formado por las famosas rosas. Esa flor, de un intenso rosa, que perceptaba la mirada de cualquier deambulante que andara por allí. Porque representan el amor verdadero y dulce. Entre todas ellas, destacaba una. Era de la misma forma, tamaño e incluso color que las demás, pero desprendía un olor, imposible de pasar por alto a las numerosas abejas que rondaban por allí, con el fin de captar el deleitoso néctar de las que está compuesta.  Como era ella…
Una chica distinta a las demás, bueno, más bien única. Toda ella era bondad. Yo la asemejo a un ángel caído del cielo. Celestial, pura, encantadora y deliciosa, como aquella rosa. Numerosas abejas rondaban siempre a ella, la olían, se posaban sobre ella. Algo fácil de sobrellevar. Lo que no sabía, es que un día llegaría algo que la cambiaría la vida por completo.
Todo comenzó con una famosa convivencia, en la que la conocí.  Al principio, no destacaba entre la gente más habladora y dicharachera, sino que había que adentrarse en la intimidad de las habitaciones para poder saber de ella. Al mirarla, miles de destellos  dulzura salían de su rostro delicado, de su sonrisa angelical, de sus manos bonitas, de su cuerpo estilizado. Poco a poco, pude adentrarme en su mundo, saber más de su historia. Tal fue la conexión, que en menos de un año, la teníamos ya entre nuestro circulo de amigas. Nos contábamos las cosas, compartíamos experiencias e ilusiones, soñábamos juntas… hasta que conoció el “amor”. Un chico corriente, que actuaba sin hacer ruido, pero que cuando ella le vio, fue como si una banda sonora inmortalizara ese momento. En poco tiempo comenzaron su proyecto de amor. Un amor insano, que canalizaba todos y cada uno de sus sentidos, la absorbía. Ella estaba feliz, porque le consideraba como el amor de su vida. Pero lo que no sabía, es que se estaba metiendo en un laberinto sin salida. Un laberinto que la consumía cada vez más y más, que la estaba quitando su bien más preciado: su libertad. Ese chico que parecía tímido, reservado y muy devoto la cortó las alas, la transformó en alguien débil, y lo peor de todo, es que ella no lo percibía, solo quería estar todo el tiempo con su compañero. Mirándose a los ojos, hablando del futuro, de la vida que ahora compartían…los dos, solo ellos dos, nadie más. Su filosofía era, que si se tenían el uno al otro, ¿Qué más necesitaban?  Pues necesitaban sociabilizarse, escuchar otras voces distintas a las suyas, reírse de los chistes de los demás, bailar con otras personas…necesitaban ser felices, porque aquello no era felicidad, y mucho menos amor. Aquello era como arrancar esa bella rosa de la que hablaba al principio. Separarla de sus semejantes, llevársela lejos de ese hermoso jardín, y encerrarla en una casa, posándola sobre un simple vaso con agua. Alejarla de los cálidos rayos de sol, de los revoloteos de las abejas, de los niños curiosos que se acercan a oler, permitir que se marchite, solo por el simple hecho de la posesión, de querer tenerla cerca. Es, simplemente, alejarla de cualquier atisbo de libertad.

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