miércoles, 13 de junio de 2012

Rodeada de nadie...


Tarde de verano. Gran vía. Como siempre llena de gente a la que le da igual el calor que haga fuera, ellos solo desean salir y disfrutar de su tiempo libre. Y tú, en medio de la calle, sin hacer nada, viendo como cientos de personas pasan a tu lado. Van andando solos, con sus amigos, con su pareja….y no se percatan de que tú estás ahí. Estas sola, y pensando en tu vida. En todas las cosas que has hecho mal, en cómo podrías cambiarlas, en lo que hubiera pasado si hubieras tomado otra decisión… y la gente sigue caminando, deprisa o despacio, mientras tú sigues cuestionándote tu vida. Ellos no se dan cuenta de lo que estás sufriendo, “a lo mejor ellos son felices y no tienen preocupación alguna” piensas, pero en realidad van tan acelerados con el fin de no pensar en nada. Pero en cambio, sigues dándole vueltas a tu cabeza. Deseas gritar, patalear, vocear. “todo va tan deprisa que es improbable encontrar una solución” y  ansías con fervor la posibilidad de poder parar el tiempo. Darle al “pause” de la vida. Es una opción imposible. Y, de repente, una lágrima aparece, tímida, en tu rostro. Y te derrumbas, y piensas que la vida así no tiene sentido ya que tus malas acciones pesan más sobre ti, que todo lo bueno que has hecho. 
 No encuentras salida, lo ves todo oscuro….y aparece una luz. Una luz  brillante, divina e inspiradora que te recuerda tu papel en el mundo. Una imagen, la de tus padres e instantáneamente aparece una pequeña sonrisa. Esas dos personitas que han vivido contigo tu infancia, adolescencia, juventud…que han soportado tus idas y venidas, han sido un hombro en el que poder llorar, te han regalado las mejores cosas, te apoyaron en tus momentos de ansiedad con el estudio, te recogían a las 6 de la mañana cuando acababas de salir de fiesta para que no volvieses sola a casa, te compraron la ropa y zapatos más bonitos que habían en la tienda, que te hacían mil y una fotos y se les caía la baba al verte porque pensaban que eras la niña más guapa de todo el colegio. Eres un orgullo para ellos, y ellos para ti. No podrías pedir unos padres mejores y darías la vida por ellos, al igual que ellos por ti.
Porque en ellos sí que se puede confiar, porque sabes que nunca nunca te darán la espalda, porque tras 20 años de vida y convivencia con ellos, los conoces a la perfección. Conoces todos y cada uno de sus defectos, te maravillas con sus virtudes, escuchas sus sabios consejos (aunque a veces no quieras creértelos del todo), ansías llegar a ser como ellos, y aunque no sean capaces de crear una copia de ellos mismos,   transformarán y moldearán para hacer de ti la reproducción más original posible.
Inesperadamente, esas lágrimas echadas antes, se convierten en lágrimas de emoción. Y parece que todo lo que pasa a tu alrededor, ocurre, pero a cámara lenta. Consigues que el mundo se paralice por unos segundos, y eres capaz de recomponerte. Ves la vida de otra manera, porque la imagen de tus padres es el mejor faro que hayas podido encontrar, ya que ellos te guiarán a un buen puerto. Al puerto llamado felicidad, donde has conseguido alcanzar la meta más dificultosa y por ello, te sientes alegre, optimista y con una gran paz interior.

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